Vista la complejidad del modelo energético en las zonas rurales y los problemas de acceso a determinados suministros energéticos, el gas licuado se sitúa como una energía que se adapta a las casuísticas del medio rural y que, además, contribuye a la consecución de los objetivos de sostenibilidad de los usos energéticos.
En el camino de la descarbonización, el gas licuado es sin duda un gran aliado por sus bajas emisiones de CO2 y por la casi inexistente emisión de hollín, segundo factor principal que contribuye al cambio climático global.
A modo de ejemplo, según datos de CORES en España se consumen 1’5 millones de toneladas de gasóleo para calefacción, en su gran mayoría en ubicaciones fuera del alcance de la red de gas natural. Su conversión a gas licuado, que es sencilla, rápida y de mínimo coste, supondría un ahorro directo en emisiones.
Adicionalmente, el gas licuado tiene un impacto inmediato en mejorar la calidad del aire ya que, en comparación con otros combustibles líquidos y sólidos emiten, menos NOx y partículas.
El gas licuado es una de las alternativas energéticas limpias más eficaces y eficientes, no solamente por sus bajas emisiones sino porque no requiere de la creación de toda una nueva infraestructura. De hecho, España ya cuenta con una capacidad de distribución, aprovisionamiento, almacenamiento, operativa y logística muy consolidada, con una implantación muy elevada en comparación con otros países europeos. Además, la mayor parte del gas licuado consumido por hogares, empresas e industrias es producido en España.
En definitiva, el gas licuado se trata de una opción energética que favorece la descarbonización del medio rural al adaptarse a necesidades propias de estas áreas: disponer de energías fácilmente transportables y almacenables, versátiles en su aplicación y de las que se puedan aprovisionar de forma ágil.